Estudiantes reporteros: así se rompió el cerrojo informativo durante las protestas en Columbia | Internacional | EL PAÍS
(...) Tras el cierre a cal y canto de Columbia a consecuencia de la ocupación de un edificio por manifestantes, el lunes, los estudiantes “tenían lo que todos los periodistas [profesionales] buscaban: acceso al campus”, resume Juan Manuel Benítez, profesor de periodismo local en la Escuela de Periodismo de Columbia, el epicentro de una movilización que recorre todo el país. Benítez, que previamente trabajó en la televisión local NY1, tuteló esta semana la cobertura de sus alumnos, además de ofrecerles apoyo logístico y profesional, y en ocasiones volvió a ponerse el traje de faena para, “a la vez que editaba textos [de los estudiantes] y les daba toda la cobertura logística que precisaban, grabar vídeos e imágenes” de lo que sucedía.
Un grupo de unos 40 alumnos se convirtieron en días en periodistas profesionales: sus fotos de lo que sucedía en el campus han sido distribuidas por las grandes agencias internacionales; sus conexiones en directo, emitidas en horario de máxima audiencia por las televisiones. La cobertura del Spectator, el diario de Columbia, y de la radio del campus, la WKCR, rayó también a enorme altura.
Benítez está orgulloso del rendimiento de sus alumnos, “no solo han puesto en práctica todo lo aprendido, sino que su trabajo no ha pasado desapercibido, como demuestra la valoración que ha hecho el comité de los premios Pulitzer” (en un comunicado, ha agradecido a los alumnos su esfuerzo por “documentar un importante acontecimiento informativo nacional bajo difíciles y peligrosas circunstancias”). Porque como explica Benítez, el operativo policial fue desmesurado: “En mis 20 años de experiencia como periodista, nunca había visto un despliegue policial semejante en Nueva York”. Cuidar de la seguridad de los jóvenes y a la vez contener la pulsión del oficio ante la espiral de acontecimientos —la entrada de la policía en el edificio por una escalera articulada, el desmantelamiento de las tiendas, la salida del campus de decenas de manifestantes maniatados con bridas de plástico— no fue fácil de conjugar.
Cuando la policía se desplegó en torno al edificio ocupado, la imagen fundió a negro: durante una o dos horas, el tiempo que tardó en desalojar el inmueble, los jóvenes periodistas se vieron recluidos en su facultad, “bajo amenaza de arresto”. Por eso siguen, incansables, intentando desentrañar qué sucedió en ese lapso, “investigando, pidiendo la filmación íntegra de la intervención a la policía, intentando dar respuesta a muchas preguntas”, concluye Benítez, “porque esto no termina aquí, no termina el martes”. El vídeo difundido por la policía, que fue grabado por las cámaras de los agentes y muestra una evacuación amable y pacífica, no satisface los interrogantes de los alumnos, picados ya para siempre por el gusanillo de la noticia y por la intriga de las claves.
Apoyo logístico y emocional
“Desde el 17 de abril [cuando se levantó el primer campamento], mis compañeros han estado al pie del cañón, especialmente el lunes, durante el desalojo”, explica Carla Samon, estudiante del máster de Periodismo. Muchos de ellos contaron lo sucedido “para medios de aquí e internacionales, pues empezó a quedar cada vez más claro, con las restricciones de acceso al campus, que la única información salía de dentro”. Los periodistas profesionales se tuvieron que conformar con una franja de dos horas al día para ingresar al recinto, pero el horario de visitas se suprimió el martes al precipitarse los acontecimientos.
Samon, con experiencia profesional en Perú y Brasil, agradece “la ayuda logística increíble de los profesores, un apoyo clave a la hora de permitir el acceso al interior cuando el campus ya estaba cerrado”. Lo hicieron “perfectamente identificados con dorsales de tamaño A4 en los que ponía Student press”. También valora “el apoyo emocional” de los docentes. “Nos apuntaron los teléfonos en el antebrazo por si éramos detenidos. Algunos tenemos experiencia profesional, pero muchos se veían por primera vez en algo tan grande”. Su grupo pasó hora y media confinado a las puertas de su facultad, “viendo cómo salían los autobuses con los detenidos dentro”. Por instinto, nunca mejor dicho, periodístico, compañeros suyos se quedaron a dormir el lunes en el Pulitzer Hall, intuyendo que el final del campamento era inminente. “Los profesores llevaron pizza para cenar y exalumnos de la escuela contribuyeron a comprar comida”.
La encomiable labor informativa de los alumnos se desarrolló con cortapisas, precisa la profesora Giannina Segnini. “Antes de llamar a la policía, la administración de Columbia decidió restringir totalmente el acceso a sus instalaciones y, deliberadamente, se negó a permitir la entrada de periodistas, ni siquiera a sus propios estudiantes de periodismo, a pesar de los esfuerzos de la Escuela de Periodismo y de nuestro decano y profesores. Yo no pude entrar. Los pocos estudiantes de periodismo y profesores que estaban adentro cubriendo los eventos cuando la policía tomó control del edificio Hamilton, estaban registrados en una lista como trabajadores esenciales, no como periodistas”, explica.
Segnini recuerda cómo, tras irrumpir la policía en el campus y restringir el movimiento de los estudiantes reporteros, estos fueron obligados a abandonarlo. “Unos cuantos, incluidos los periodistas de la radio de los estudiantes, pudieron refugiarse en la Escuela de Periodismo y se les indicó que o permanecían allí o se arriesgaban a ser arrestados”. “Presenciar la represión de la libertad de prensa más básica en lo que se considera la cuna de la libertad de expresión no solo genera profunda frustración para todos los que hemos dedicado una vida al ejercicio del periodismo libre e independiente, sino que conlleva implicaciones más profundas: estos y otros dobles estándares debilitan la defensa de la democracia y carcomen el orden mundial que nos ha protegido desde finales de la II Guerra Mundial”, concluye la profesora.